Hermanas franciscanas de la sagrada familia
Nuestra historia

Nuestra historia

Nuestros inicios

Sor María Teresa Lega, Fundadora del Instituto “Lega” de las hermanas Franciscanas de la Sagrada Familia nace en Brisighella (Ra) el 13 de Enero de 1812. Vive con su familia hasta el 20 de octubre de 1824 cuando por sus padres, para su instrucción y formación es confiada a las Monjas del Colegio Emiliani de Fognano, allí permanece hasta los diecinueve años. Regresando a su familia siente más fuerte la voz del Señor, que la llama  a consagrarse e Él cerca  las monjas de su colegio de Fognano. Encuentra muchas dificultades de toda clase y medida y debe luchar no poco para ser fiel a su propósito. Regresa a Fognano y el 27 de septiembre de 1835 emite en esta fraternidad la profesión religiosa con el nombre de Sor María Teresa de la exaltación de la Cruz.   

La contemplación del amor de Cristo que, haciéndose hombre, muere en la cruz por todas las creaturas, produce fruto: se abre para ella un horizonte más amplio en el Monasterio de Fognano. Recibe la inspiración del Señor para dar vida a una “Fundación de un Instituto para las niñas pobres que están en la calle abandonadas en sí mismas”. Ora, lucha, sufre, busca consejo de hombres de Dios para comprender la voluntad de aquel Dios que  la va purificando a través de una larga historia de silencios y contradicciones. Finalmente el 6 de junio de 1871 Sor María Teresa deja el monasterio y llega a Modigliana, donde Dios la ha llamado para dar inicio a la Obra: una pequeña familia donde las niñas huérfanas más pobres, gracias a la comunión de bienes con los más ricos, pueden crecer humana y espiritualmente, aprendiendo también un oficio.
Muere en Cesena el 27 de Enero de 1890. El 25 de junio de 1996, el papa Juan Pablo II la declara venerable.
Los despojos mortales de sor María Teresa se conservan en la capilla de la casa madre, en Modigliana, donde también se puede visitar un museo que, a través de sus objetos, escritos y testimonios, narra la aventura terrena de una mujer verdaderamente contempla-activa.

Su experiencia espiritual se puede reconducir alrededor de dos palabras: Redención y educación.

Redención: porque Sor Teresa ha acogido aquí el don que Jesús nos ha hecho. Jesús nos ha salvado, ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, hecho esto por amor. En la oración y en la contemplación del crucifijo la fundadora ha visto allí el ícono más bello del amor: un amor que ha dado todo en la absoluta pobreza y despojo. El Señor nos dona toda. Lo que nos lleva a descubrir, como ella ha descubierto, que cada uno de nosotros es una creatura hecha a imagen y semejanza de Dios, con un proyecto bellísimo para  nuestra vida pero que tiene necesidad de ser llevado continuamente a esta imagen: somos redimidos, salvados, guiados en un camino para adquirir siempre más el esplendor que cada uno de nosotros es.

Educación: la redención es un don que Dios hace a cada uno de nosotros, pero es un don que es siempre compartido. Para Sor Teresa Lega esto ha representado la dimensión del apostolado, es decir el preguntarse continuamente cómo donar a los otros esta riqueza infinita. “Yo –escribía- soy hecha a imagen y semejanza de Dios y pido continuamente al Señor me ayude a despojarme de mis vicios y de mis límites para que esta imagen y esta semejanza resplandezca siempre más”. Y añadía: “Toda creatura ha sido hecha a imagen y semejanza de Dios y no puedo no mirar a mi hermano con esta mirada renovada. Cómo puedo rechazar a las creaturas cuando Tú Jesús has dado tu vida por cada una? “.

Redención y educación son entonces dos palabras que expresan la única gran realidad, del amor donado por Dios al hombre y donado por cada hombre que se sabe amado por Dios a los otros  hombres, un amor redentor, que salva, es decir que libera.

El encuentro con esta persona nos puede ayudar a mirar el rostro que el Señor pone sobre nosotros y nuestra mirada renovada al Señor y a los otros.

La fraternidad religiosa de las Hermanas de la Sagrada Familia continúa en la Iglesia la vida de pobreza, castidad y obediencia trazada y seguida por Sor María Teresa Lega en el surco de la tradición franciscana.         

En la contemplación y adoración de Jesús Crucificado, cada hermana, llamada a esta vida por el Señor, participa en el don de la vida que Cristo hizo de sí mismo por amor a cada creatura y se siente impulsada a colaborar con la oración, con los ejemplos de una vida totalmente donada a Dios, con la formación cristiana, en la educación de la juventud, especialmente la más pobre y abandonada en sí misma, en las diferentes situaciones de pobreza, tanto material como espiritual, en la cual vive.  Inspirándose en el estilo de la Sagrada Familia de Nazaret, en cada fraternidad se busca un clima de paz, pobreza, simplicidad, escondimiento, concordia y el amor mutuo.  

Presentes en Italia, en América Latina (Colombia) y en África (Mozambique), las hermanas de la Sagrada Familia se empeñan actualmente en servicios educativos  – asistenciales: escuelas maternas, catequesis en las parroquias, adopción a distancia para el estudio y actividades de apoyo escolar para buscar alimentar, desde la infancia la conciencia y el conocimiento del valor de la dignidad de la persona hecha a imagen y semejanza de Dios.

Además se empeñan en actividades de pastoral juvenil y están presentes cerca a los adolescentes con familias en dificultad y niños rechazados desde el nacimiento.

Nuestra espiritualidad

Icono de nuestra espiritualidad

El cuadro quiere exaltar la figura de la Madre María Teresa Lega y  su obra caritativa en Italia y Colombia (hoy también en Mozambique), su fuerza, la determinación de su carácter, su gran fe en Jesús que la impulsaba a encontrar en el amor hacia la juventud pobre y abandonada el sentido de su existencia, en la certeza que todo proviene de Dios y vuelve a Él a través de la Cruz, en el seguimiento de Jesús.

Y Jesús aparece niño entre María y José en la Sagrada Familia, modelo perfecto y signo del gran amor que se hace “camino” sin límite de espacio y tiempo. 
Este es un poco el significado de mi trabajo. He usado pocos y esenciales elementos dispuestos en clásica simetría para una lectura inmediata de la obra en lo más profundo de los conceptos.

Arriba el círculo azul es el lugar y signo de Dios cuya luz, a través de la cruz, aparece claro en muchas llamas, como un nuevo Pentecostés, que uniéndose en grandes corrientes forman unas turbinas que abrazan en diagonal todo el cuadro, concretándose en la parte baja, en un camino de luz en el mundo. 
La figura de la Madre Teresa Lega, casi proyección del símbolo de la Cruz franciscana, se destaca luminosa  en el centro, con su hábito y el velo de un color gris casi blanco, como por una luz que emana del interior de la persona misma. Su camino hacia nosotros se rompe tan pronto como el hábito y el velo en suaves pliegues.

He cuidado mucho el rostro, buscando dar sentido  al asombro, la pureza y el amor de un alma siempre joven frente a los admirables diseños de Dios y a la obra que Él realiza en aquellos a en Él se confían.

El gesto de los brazo, las manos abiertas, evocan en un simbólico abrazo este amor evangélico hacia los “pequeños” en las tres huérfanas de Modigliana por una parte y en la otra una madre con sus dos hijos colombianos. 
La Imagen de la Sagrada Familia y el globo son su soporte, en el constante llamado a todos a las palabras de Jesús: “Id y haced discípulos a todas las gentes… yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. 

El Pintor: Adelmo Calderoni